“Hubo un tiempo en que los lagartos tenían alas…”
Mitología corumbaense
De peñasco en peñasco cumplían visitas nuestros primeros padres, organizaban torneos de velocidad, se lanzaban desde los acantilados para cazar peces en las profundidades. Pesaba la advertencia que todo lo que volaba y nadaba podían comer, pero que los nidos de los pájaros tenían que ser respetados. Sobre el fondo azul del cielo se veían pájaros y lagartos zigzagueando en un espectáculo ya para siempre irrepetible. En aquella Edad de Oro todos los animales estaban a disposición del lagarto. Hasta que una mañana, el profesional de la risa, no tuvo ganas de moverse porque la noche anterior se había quedado hasta muy tarde amenizando un baile. La pereza hizo que no abandonara la roca que recibía el mejor sol a todas las horas. Sintió un silbido y pensó que con pocos aleteos solucionaba sin que nadie lo advirtiera el dolor de su hambre. Y fue así que devoró pichones recién nacidos y huevos a punto de quebrarse. Sintió el gusto dulce de los pájaros de colores. Pero cuando estaba pasándose la lengua entre los dientes y quiso instalarse en una rama alta, se precipitó a tierra sin poder mover las alas. El golpe fue duro. Pero más lo fue despertar con todos los hermanos rodeándolo y acusándolo porque ninguno podía volar.
“Ella y su ropa que cambia en cada fiesta, su gallo parado en la punta del gajo, su beso que provoca el orgasmo del mar.
Aquí yo, en plena posesión de mis facultades, declaro no pertenecer al brillo falso, a la cara enmascarada, a la soledad refugiada en una moneda errante.”
Insulto a la Luna, Cuevas de San Antonio, s / f. Salto, Uruguay.
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“Hay una parte del caimán que transita la frontera del barro a la vida. Las estatuas de Miguel Ángel salen del mármol.”
Estudio comparativo, Pantanal, Brasil, 1983.
Los gitanos duermen en carpas levantadas a orillas de los ríos, se pintan rombos en los brazos y con las manos simulan la boca del caimán. Hacen fogatas para comunicarse de una a otra punta del planeta y viven radiantes, en armonía con el sol, porque son los únicos que dominan a los dueños del río. Entran sin miedo al agua porque saben que están protegidos, abren la boca de los caimanes y les atan un pañuelo de vivos colores sobre los ojos. Los caimanes se pavonean entre las piedras exhibiendo los pañuelos de compromiso de las novias gitanas.
La fraternidad se debe a que los gitanos les adivinan la suerte y los caimanes temen perder el favor del sol.