Leonardo Garet es uno de los iconos de la literatura uruguaya contemporánea. Salteño, nacido en 1949, Garet es una persona que no se recuerda "no escribiendo" y que concibe al ser humano como un "cuerpo de palabras", que piensa, se expresa, actúa y siente en base a éstas. Profesor de literatura de enseñanza secundaria, poeta, narrador, ensayista, reside actualmente en nuestra ciudad, dedicado a la docencia y a la orientación y supervisión de talleres literarios.
ALGUNAS DE SUS PUBLICACIONES: Poesía: Pentalogía, Montevideo, 1972. Primer escenario, Caracas, Venezuela, Árbol de fuego, 1975. Máquina final, Montevideo, 1978. Bares en lluvia (con César Rodríguez Musmanno), Salto, 2003. Vela de armas, Córdoba (R. Argentina), 2004. La sencilla espiral de los sucesos, Montevideo, 2005. Narrativa: Los hombres del agua, Montevideo, 1988. Los hombres del fuego, Montevideo, 1993. La casa del juglar, Montevideo 1996. Los días de Rogelio, Montevideo, 1998. Las hojas de par en par, Montevideo, 1998. Anabákoros, Montevideo, 1999. 80 Noches y un sueño, Montevideo, 2004. El libro de los suicidas, Montevideo, 2005. Horacio Quiroga por uruguayos -Compilador-, Montevideo, 1995. Edición, prólogo y notas de Cuentos completos de Horacio Quiroga, Montevideo. 2002. El milagro incesante. Vida y Obra de Marosa di Giorgio, Montevideo, 2006.
El literato contemporáneo salteño de mayor trayectoria en nuestro país y de renombre internacional, abrió las puertas de su casa y en un diálogo que tuvo mucho de enseñanza, donde advierte su vocación de docente, accedió a ser entrevistado por EL PUEBLO, dejándonos su semblanza y su visión de la literatura y el universo cultural de nuestros días.
-Es la construcción de un universo alternativo mediante palabras. Esto quiere decir que lo que se aproxima mucho a la historia, al dato, se aleja de lo que su esencia requiere y se ata a una mera réplica de este mundo. En la poesía encontramos la forma más definitiva de lo que es literatura. Porque la poesía no remite, es. No hay que irla a buscar más allá es o no es. Mientras que la narrativa busca su apoyatura muchas veces en acontecimientos históricos y sociales. Y en ese caso se pierde de vista esa creación de un universo alternativo y se transforma en un comentario de este mundo. Por eso me llama la atención que se hable de escritores cuando en realidad se está haciendo un trabajo periodístico. Porque cuando se hace no ficción, ahí se es periodista. Pero cuando se escribe una novela y se hace ficción, ahí se es escritor. Y eso se confunde incluso a nivel de los medios de comunicación. Y la literatura es esa esencia de la creación a través de la palabra. Que actualmente es inabarcable por su vastedad.
Yo no me recuerdo no escribiendo, por lo tanto no puedo decir cuando. No puedo determinar qué fue exactamente, pero sin dudas es algo muy similar a lo que me motiva hoy, que es tratar de entenderme a mí y tratar de entender a lo que me rodea. Porque el que escribe no es tanto que tenga respuestas, sino preguntas, para entenderse y entender a los demás. No para pontificar, para eso están otros y en otros púlpitos, pero en la literatura se trata de investigar. Sobre todo después darle los elementos para que quien te lee también a su manera haga otra vez su camino.
-Eso está en mis libros. Uno que trata casi en forma obsesiva el tema de la búsqueda es "Anabákoros" (Montevideo, 1999) ahí está desde el comienzo al final la búsqueda desde lo literario, que el mismo libro responde creando un género literario que se llama Anabákoros y ahí empieza un viaje incesante hacia distintos destinos, donde aparecen ciudades, creencias, religiones y mitologías antiguas orientada al hombre y hay un viaje hacia el pasado personal y de especie. Entonces cada texto pretende ser una adivinación porque trata de encontrar algo en el plano de la adivinación, más que una certeza.
-Uno puede ver los resultados y no las intenciones del otro. Y por los resultados muchos estamos en una similar situación, cuando veo algo que me parece que yo lo hubiera escrito, o cuando desearía haber escrito algo que otro escribió, entonces vamos por el mismo camino. Hay mucha divergencia en la búsqueda de las profesiones. La literatura del hoy puede ser tan abrumadora porque no la vas a interrumpir nunca y eso te impide ver el pasado. Ahí deben cumplir un rol esencial los medios de comunicación que deberían tener que orientar hacia lo más selecto y así poder llegar a lo que se considera mejor más allá de las discrepancias que uno pueda tener. En EL PUEBLO se nota la falta de la página de Cultura que escribía José Luis Guarino, quien conducía al lector hacia los hechos más relevantes de la cultura. Ese tipo de cosas no las tenemos en nuestro medio y en Uruguay solo lo hacen algunos. Es una responsabilidad muy grande que muy pocos se ponen al hombro, recomendar el buen consumo de cultura.
Eso lo dejo a su criterio. Pero en Salto el reconocimiento se hace aplicando la ley del Daymán, parece que es notable todo lo que está al norte del río Daymán, pero hay que hacerle la prueba de salir al sur del Daymán para ver si se reconoce una obra. Y si se puede saltar el río Uruguay mejor, porque este tipo de pruebas inevitablemente hay que hacerlas, ya que en el mundo en que vivimos hay que hacerlas para medir nuestra calidad.
-El que quiere escribir que lea. Porque somos hechos de palabras y nos alimentamos de ellas. Porque todo lo que te estoy diciendo son palabras, mi pensamiento y todo lo que estoy diciendo es una organización mental hecha de palabras. Y si yo quiero decirle palabras a otro, tengo que alimentarme de ellas. Por eso debemos saber elegir qué leemos para aprovechar mejor el enriquecimiento y la alimentación espiritual en base a las palabras.
Pellizcar el espejo para comprobar que estamos y somos puede ser muy humano aunque conduzca a una constatación epitelial e insuficiente. Besar el espejo es enamorarse de una navaja y tirarse en su tobogán.
Más acá, en el reino de las cosas necesarias -casa, mesa, martillo- siempre se procede sacando la pieza antes de que se encuentre completamente cocida.
La incambiada disculpa de "hacer lo que se puede" y "así me lo pidieron" son las consignas del hombre del más acá. El poeta debe tener todo el tiempo, que es su vida, para escribir. Si no lo hace, nadie queda a la intemperie, o no tiene en qué apoyarse, o con qué pegar.
Nadie siente que no están unos versos en la calle. Aunque con el tiempo todos se darán cuenta de que falta el aire. El poeta debe cocinar siempre un poco más la pieza, arriesgando que se queme y salte en pedazos el horno. No de otra manera tiene probabilidades de victoria.
Pocos versos se recuerdan como del instante -única vigencia verdadera-. Sin embargo, muchos intentan el manejo de la palabra con una finalidad distinta a la de pedir agua. La mayoría se conforma con que le alcance un vaso y se dormitan con aplausos.
Unos pocos se tiran en la ola contra el acantilado. Si sobreviven besan el espejo, desnudos, sin casa, mesa, ni martillo. Vuelven a la palabra para hacer los trabajos del poeta. Que son los trabajos del narrador., y que no me resulta difícil imaginar que deben ser los del dramaturgo. Los tres tienen el compromiso de hacer hablar a las palabras caídas, pero no las que se autodestruyen, sino las esenciales. (Leonardo Garet, exclusivo para EL PUEBLO)