Archivo

 Los heterónimos

 

Heterónimo [1] viene del griego  τερος (hetero, diferente) y ωνυμος (onymos, nombre), es decir, "diferente, u otro nombre". Se diferencia del seudónimo en que este es solo un alias, o un falso nombre, que en muchos casos acaba por imponerse al verdadero, como Molière, Pablo Neruda, y Gabriela Mistral. Heterónimo es un autor enteramente inventado, pasando a llamarse ortónimo el inventor. Es una tentación de creación que la han sentido diferentes autores a lo largo de la historia. Cervantes maneja el concepto cuando inventa a Cide Hamete Benengeli como autor arábigo de El Quijote; Ossián, un poeta celta del siglo III, que fue admirado como si fuera Homero, no fue otro que un heterónimo de James MacPherson, poeta escocés que vivió en el siglo XVIII; el monje medieval Thomas Rowley “autor” de una égloga del siglo XV, fue Thomas Chatterton, poeta inglés del siglo XVIII. En estos dos últimos casos hubo la intención de crear y convencer de la existencia del autor creado. Distinto es el caso de los cercanos “apócrifos” de Antonio Machado, Juan Martín y Abel Mairena, que se conocieron en un aparte junto a obras con su nombre.

Lejos de ser un seudónimo, en tanto este oculta el nombre, o es mera burlería, cada heterónimo de Pessoa tiene existencia compleja, que él explica así: “Obra seudónima es la del autor en su persona, exceptuando el nombre con que firma; heterónima es la del autor fuera de su persona; la de una personalidad completa fabricada por él, como podría serlo la de cualquiera de los personajes de cualquiera de sus dramas (…) Estas individualidades deben considerarse diferentes de la de su autor”. [2] No existen dudas de la paternidad de sus obras, no fueron ocultamiento sino desdoblamiento completo de quien sentía la necesidad de crear otros individuos para hacerlos receptores de un flujo creador contradictorio e incesante. Los firmantes de sus obras son seres con una historia, con una biografía diferenciada y ¿distante? de la suya. Un ejemplo de cambio de nombre como juego lo brinda precisamente su novia Ophelia, cuando dice que él se llama Ferdinand Personne. Vale decir una mera traslación de su nombre al francés. También un juego de palabras hace el crítico Frederico Barbosa cuando dice que Pessoa era “o enigma em Pessoa” (en atención al significado del apellido que en portugués equivale a  persona). []

El ocultamiento en otros nombres comenzó en la niñez del autor, cuando resulta muy común que se manifieste “el amigo imaginario”, pero esta tentativa se reafirmó en él con los años: “Tuve siempre, desde niño, la necesidad de incrementar el mundo con personalidades ficticias, sueños míos rigurosamente construidos, contemplados con claridad fotográfica, comprendidos por dentro de sus almas. No tenía yo más que cinco años, y, niño solitario y no deseando estar sino así, ya me acompañaban algunas figuras de mi sueño –un capitán Thibeaut, un Chevalier de Pas.” En Diarios, donde confiesa su pensamiento sobre tantos temas, hace un razonamiento que permite ver la asunción conciente de su invención de personas, a la vez que se adelanta a rechazar las interpretaciones de un supuesto trauma de abandono provocado por el nuevo casamiento de su madre: “Mi infancia fue tranquila, mi educación adecuada. Pero desde que tengo conciencia de mi mismo, he percibido en mí una tendencia innata a la mistificación, a la mentira del arte. Añádase a esto un gran amor por lo espiritual, por lo misterioso, por lo oscuro, que, después de todo, no es sino una variante de ese primer rasgo de mí mismo, y mi personalidad queda completamente descubierta ante la intuición”. [3] Y también: “Al igual que el panteísta se siente onda, astro y flor, yo me siento varios seres. Siento que vivo vidas ajenas, en mi, incompletamente, como si mi ser participase de todos los hombres, incompletamente, individualizado en una suma de no-yoes que se sintetizan en un yo simulado”. [4] Son, por lo tanto, enteramente pertinentes las observaciones del comienzo del prólogo de Gonzalo Torrente Ballester: “De lo que no hay que asombrarse, al hablar de Pessoa, al tratar de entenderlo, es de los heterónimos. Tampoco se recomienda buscarles una explicación por la vía de la anormalidad, menos aún de la excepcionalidad, y quien le aplique los criterios sociológicos al uso, o bien los psicológicos, puede estar seguro de equivocarse. ¡Ya hay quien lo hace con tanto entusiasmo! Lo que a mi me parece más conveniente es, ante todo, prescindir del asombro y, cuando nos es dado, recordar cada cual su propia infancia, si es que la ha tenido. Después, renunciar a ciertas nociones queridas y al parecer inamovibles, como la unidad de la persona y su estructura compacta, y, finalmente, aceptar que la vida de cada uno esté compuesta, no sólo por lo que fue y lo que hizo, sino (ante todo) por lo que pudo ser y por lo que soñó hacer (teniendo por supuesto muy en cuenta, lo que no quiso ser y lo que no quiso hacer, si bien imaginados el ser y las acciones.” [5]

 

(Fragmento de un capítulo).


[1] Heterónimo es Cada una de las voces de proximidad semántica que proceden de distintos étimos” Y también “Nombre fingido o adoptado por un autor para firmar parte de su obra” (Diccionario de la RAE).

[2] “Tabua Bibliográfica”, Presença, núm. 17, Coimbra, Diciembre, 1998, incluido en Carta sobre a Génese dos Heterónimos, en  Poesía de Fernando Pessoa, Introducción y selección de Adolfo Casais Monteiro. II Vols. Lisboa, Confluência, 1992.

[3] Diarios, Ob. Cit. 2-X-1907.

[4] Diarios, Ob. Cit. Influencias, 1914.

[5] Pessoa, Obra poética, Tomo I, Introducción, traducción y notas Miguel Ángel Viqueira, Prólogo en cierto modo, de Gonzalo Torrente Ballester, Barcelona, Ediciones 29, cuarta ed. 1997.

       
 

 

Dirección para
contactarse con esta
página:

leogaret2017@gmail.com