EL CERNE

EL CERNE*


Altamides Jardim
Por Altamides Jardim

 

     -Desengáñese, compadre Ladislao; los güenos tiempos se jueron pa siempre. ¿Apresea un amargo?
     La que así habla y razona, es la dueña de casa, doña Eufrasia, mujer entrada en años pero de un carácter dicharachero y juvenil.
     Mientras tanto, la orquesta, compuesta de un acordeón y dos guitarras, violenta la pasividad de un tanto dormilón, desterrado de la ciudad “por fuera de moda”.
     La pieza del rancho es chica; las parejas bailan apretadas y a saltos; las botas paisanas no se deslizan con suavidad sobre el piso. Resabios de zapateados pericones hay en sus tacos.
     Las lamparillas tienen resplandores agonizantes. En la puerta, del lado de afuera, muchos mozos esperan un momento oportuno para golpear las manos a un tiempo, requiriendo su turno.
     -¿Otro mate, compadre?... Y préstem´el tabaco; vi´hacer un cigarro…
     - Ahí tiene, comadre… -dice Ladislao, tomando mate y alzando los avíos.
     -Chá, los gauchos de aura…-prosigue doña Eufrasia, liando su cigarro y señalando a las parejas-
     Bailan tangos y visten mesmo que puebleros…- Y, acercándose más a su compadre:- Dispués, son flojos como tumbiano pa l´agua; parecen haber estao abichaos en l´ombligo; se arrollan al primer puntazo… Charquean siempre… ¡De´ande corazón pa´un apuro!...¡Puro bofes!...
     -Pa mí que no es tan ansina, les queda algo…
     -Desengáñese, compadre; de los mozos de mis tiempos, no les queda ni´un pelo e´barba pa semilla…
     -Les queda algo, comadre: el cerne; l´único, que tienen más cáscara…
     -Desengáñese, compadre Ladislao; los güenos tiempos se jueron pa siempre. ¿Apresea un amargo?
     La que así habla y razona, es la dueña de casa, doña Eufrasia, mujer entrada en años pero de un carácter dicharachero y juvenil.
     Mientras tanto, la orquesta, compuesta de un acordeón y dos guitarras, violenta la pasividad de un tanto dormilón, desterrado de la ciudad “por fuera de moda”.
     La pieza del rancho es chica; las parejas bailan apretadas y a saltos; las botas paisanas no se deslizan con suavidad sobre el piso. Resabios de zapateados pericones hay en sus tacos.
     Las lamparillas tienen resplandores agonizantes. En la puerta, del lado de afuera, muchos mozos esperan un momento oportuno para golpear las manos a un tiempo, requiriendo su turno.
     -¿Otro mate, compadre?... Y préstem´el tabaco; vi´hacer un cigarro…
     - Ahí tiene, comadre… -dice Ladislao, tomando mate y alzando los avíos.
     -Chá, los gauchos de aura…-prosigue doña Eufrasia, liando su cigarro y señalando a las parejas-
     Bailan tangos y visten mesmo que puebleros…- Y, acercándose más a su compadre:- Dispués, son flojos como tumbiano pa l´agua; parecen haber estao abichaos en l´ombligo; se arrollan al primer puntazo… Charquean siempre… ¡De´ande corazón pa´un apuro!...¡Puro bofes!...
     -Pa mí que no es tan ansina, les queda algo…
     -Desengáñese, compadre; de los mozos de mis tiempos, no les queda ni´un pelo e´barba pa semilla…
     -Les queda algo, comadre: el cerne; l´único, que tienen más cáscara…
     A esta altura del diálogo sobrevino una disputa. Un bailarín al recibir de una moza el “disprecio” de no querer acompañarlo, le ha espetado un atrevido dicho gaucho para estas ocasiones… Pero, ya está entre ellos otro hombre, deteniendo el ademán violento con que el agraviado acompañó sus últimas palabras. Los dos hombres se miran fijamente unos instantes, como estudiándose, mientras de sus labios se escapan palabras que requieren hechos. Así parecen entenderlo, porque, pálidos de coraje, salen del rancho, a pesar de los esfuerzos de los demás por detenerlos.
     La noche está obscura. Los puñalen, al chocarse chispean. Si no fuera por el ruido que producen los aceros al juntarse, se pensaría en una ronda de bichitos de luz…
     Por fin los presentes logran reducir a los contendores; a uno de ellos ya se le había ido un poco la mano… Es entonces cuando dos jinetes detienen sus cabalgaduras a pocos pasos del rancho, anunciándose con un prolongado, ¡Buenas noches!...
     Muy güenas…-contesta con calma la dueña de casa, reconociendo a los recién llegados – Abájense y vayan dentrando…
     Al mismo tiempo, alguien, como a manera de saludo, alcanza a uno de ellos una botella a medio vaciar y, a falta de rótulo , agrega: “Brasilera, mi comisario…” Por unos segundos la boca de la botella se enchufa en los labios de la autoridad, que no tiene, al devolverla, ni un pestañeo fuerte.
     La orquesta acomete un delirio de notas y la corriente del baile encuentra rápidamente su desviado cauce.
     Antes de entrar, el comisario, como recelando, pregunta si hay alguna novedad.
     -Ninguna, señor comisario…- responde, sin inmutarse, doña Eufrasia.
     Clavados en la quincha del rancho están los puñales, uno de ellos manchado de sangre.
     El comisario, aunque ha visto algo, ya está dispuesto a hacer la vista gorda. Por eso, cuando desde el fondo de la sala una morocha de ojos perversos le alarga una sonrisa, va resueltamente hacia ella, le desliza al oído una palabra galante y, enlazando su cintura, se lanza entre las parejas, que, ágiles, se van envolviendo en el hilo sonoro de un vals.
     Al llegar junto a la puerta, le grita a su asistente:
     -¡Sargento! Aflójele la cincha al doradillo.
     En un rincón se reanuda el interrumpido diálogo:
     -¡Bien asertao, compadre! Les quedaba algo…
     -Asigún, comadre…Créiba que había más cáscara…
     Y, en cambio, había más cerne… ¡Dios se los conserve! ¿Otro mate, compadre?

 


 

El Cerne, apareció en Revista El Terruño, Salto, 15 de abril de 1930.

       
 

 

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