23 de abril de 2014
Nuilbar Alves (Pte. Comisión de Casa Quiroga),
Leonardo Garet (Dir. de Cultura), Margarita Muñoa y Juan Carlos Ferreira
Palabras de Leonardo Garet:
Margarita es una persona a la que tendríamos que reprocharle permanentemente haber desperdigado su obra en tantas ciudades, no haber reunido su poesía, haber pasado tanto tiempo sin publicar, porque privó a la literatura uruguaya de una figura de primer nivel. Pero también tenemos que agradecerle permanentemente su enseñanza de humildad, su enseñanza de ir a las esencias y no quedarse en las apariencias, su enseñanza de ser una persona dedicada a una pasión, la palabra, y hacerlo por el exclusivo amor a ella, no por la repercusión que pudiera tener. Con tantos años en otras ciudades, debe haber dejado obras en distintas publicaciones literarias que ni ella misma recuerda. Margarita se va de Salto en el 54, después de publicar Primera voz, está en Montevideo y vuelve en el 59, vive en Salto hasta el 62, fecha en que se va a La Habana hasta el 69 y vuelve a Salto, en el 75, se va a Buenos Aires hasta el 84, luego está seis meses en Río de Janeiro y desde el 85 está en Salto. ¿Y qué conocemos de ella?: en 1954 Primera voz y en 2009, después de haberle pedido mucho, me acercó para el Tomo Nº 19 de la Colección Escritores Salteños, Por los puentes del aire. Parece que hubieran hecho una apuesta con Altamides Jardim a quién pasaba más años sin publicar. Es un caso curioso, habría que preguntárselo a ella. Pero vamos a escuchar a su amigo, el Arq. Juan Carlos Ferreira.
Palabras de Juan Carlos Ferreira:
“Conocí a Piba en 1987, aquel año tan fermental en el que florecían los cines clubes, las murgas… y los elencos de teatro. Piba había formado El Teatrito, junto a gente maravillosa. Algunos ya no están…
permítanme recordar a Berta Rodríguez, Elenita Rodríguez Musmanno, el Negro Jorge Real.
Piba quería poner en escena hacer Las ranas, de Mauricio Rosencof. Contaba con un hermoso diseño de escenografía hecho por Ojito Rodríguez Musmanno y necesitaba a alguien que lo llevara a la práctica.
Alguien me transmitió la invitación y fui al teatro Larrañaga, antes de un ensayo; andaba yo detrás del escenario viendo el material que pudiera servir, silbando bajito, cuando siento algo así como un chistido y escucho una voz, dulce como la de una maestra, severa como la de una maestra: ¡Sht! En el teatro no se silba. Se imaginan de quién era la voz.
No sabía en ese momento que estaba conociendo a un ser humano especial… Oscar Wilde decía que Cada hombre es en cada momento todo lo que ha sido y todo lo que será. Cada hombre, cada mujer. Piba es muchas Pibas. Ahora mismo es la niña ávida de lecturas que, como señala Leonardo en este libro, aprendió a leer a los cinco años, en su casa. Es la menor de seis hermanos, tres varones y tres mujeres. Es la pequeña de Cría cuervos, la de los ojos grandes, la que comienza a mirar el mundo de los adultos y comienza a entender… y a juzgar. Es la niña de las horas en el jardín de la casa del abuelo de su padre, comiendo fruta caliente en los veranos: naranjas, nísperos, higos, granadas. Allí cuida a su gallinita preferida, la de color ceniza; allí se sube al pretil a bailar en puntas de pie hasta que aparece Papá y debe bajar apresuradamente… por un caño. Papá, que le cuenta cómo charlaba con Horacito Quiroga en el taller de Francisco Giordano. Esa casa de calle 8 de Octubre ya no existe como tampoco existe la casa natal de calle Lavalleja.
A Piba le duele ver las heridas que sufre esta hermosa ciudad por el avance incontenible de la especulación. Pero ese dolor por las casas demolidas no es pura melancolía. Estas palabras suyas encierran la sabiduría de aquellos maestros constructores de la vieja Europa, como don Antonio Invernizzi:
Salto tiene el orgullo de las casonas viejas. Aquí, bajo este cielo, en este aire límpido y dorado, pero ardiente, no hay en el mediodía, frescura comparable a la de estos corredores de baldosas, los patios de mármol blanco y negro con grandes macetones de plantas lujuriosas; no hay sombra como ésta de las habitaciones de alto techo y ventanas que aún cierran con postigos y celosía.
Piba es también la jovencita que en las matinés admira a Vivien Leigh y la ve tantas veces como puede en El puente de Waterloo, con Robert Taylor. Cuando le preguntaban a la gran actriz británica nacida en la India qué película prefería de las que había filmado, no contestaba Lo que el viento se llevó, tampoco Un tranvía llamado Deseo… contestaba El puente de Waterloo. La jovencita observa el mundo con ojos interrogantes e indefensos, es La joven de la perla de Vermeer; lee apasionadamente a Jorge Manrique, a Antonio Machado y a Miguel Hernández, pero su gran amor es Federico.
En Montevideo hace teatro y en ese mundo conoce a Estela Medina, a Atahualpa del Cioppo, a Pepe Vázquez… a Margarita Xirgu. En Las ranas de Rosencof es la mujer de Ruffo, María, la renga y en Las Brujas de Salem, de Arthur Miller, la histérica Abigail. Si tiene que elegir una obra del teatro universal no duda: Yerma. Viaja a La Habana para trabajar y para conocer de cerca la revolución que comienza.
Leonardo recordaba, en el primer café literario, el silencio de tantos años de Altamides Jardim. Con Piba ha sucedido algo similar. Con excepción de la novela Sólo Piedra y Espuma, en los últimos años no ha publicado. Al igual que Emily Dickinson, se ha encerrado en su casa. Escribe a mano, a cualquier hora, no siempre de recorrido; escucha a Bach, Mozart y Beethoven; ha tomado distancia del vértigo contemporáneo y cuestiona el mundo utilitario que subordina todo al tener para ser. Es radical e intransigente: con la vulgaridad, con el mal gusto, con la palabra mezquina. Su compromiso es con la Verdad y la Belleza, que para Emily Dickinson eran la misma cosa; la poeta norteamericana escribió también Asiente – y serás cuerdo – / Objeta – y serás peligroso de inmediato –
Como el protagonista de El revés de la trama Piba ha formado su mundo no por acumulación sino por reducción: estantes con libros; fotos familiares; recuerdos de la amada Cuba; textos en Euskera, ese idioma que corre por su sangre como un torrente y al que defiende sin claudicaciones. Eso y sus hijos, Dulcinea, Guyunusa y Aitor, son su mundo: pequeño, enorme, infinito. Siempre bajo la sonrisa y la mirada un poco triste de Gardel, Piba hace realidad la aspiración latina: Parva Domus, Magna Quies.
Quiero terminar con dos imágenes. Una vez, a la vuelta de un viaje a Cuba, nos trajo de regalo Guayabita del Pinar, Ron Planchao Refino y una foto. Voy a detenerme un minuto en ella. Está sacada en una plaza de La Habana; se ve un banco, de los viejos, como los que tenemos todavía en Salto y dos personas conversando animadamente: Piba, que viste pantalón claro y camisa amarilla está tomando mate… del otro lado… John Lennon.
No quise preguntarle sobre la conversación de aquella tarde, a la sombra generosa de los árboles, pero he intentado reconstruirla: hablaron de sus ciudades de origen, tan distintas entre sí, pero con algunos rasgos en común, como los astilleros; hablaron de las obras de Shakespeare y el destino trágico de los príncipes; hablaron de utopías y de sueños, del mundo que imaginaban: un mundo compartido por hombres hermanos, sin avaricia, sin nada por qué matar, sin nada por qué morir.
Pero Piba es también − y esta es la última imagen, la que tengo a la vista − la autora de un próximo libro, que nosotros esperamos… pero sólo ella sabe cuando verá la luz”.
Cerró el acto Margarita Muñoa con lectura de los siguientes poemas: Poemas de Margarita Muñoa