Hoy pudo haber un incendio
sobre la margen del río;
incendio que entre las rocas
no fuera por nadie visto.
Hoy pudo en manso reproche
tornarse un áspero grito,
en ebria risa algún llanto
y alguna frase en suspiros.
Hoy pudo en rosas de púrpura
darme su esencia el estío,
de Venus curva y sin velos
bajo el benévolo signo.
Y nada. El fugaz momento
no tornará. Pensativo
quedé. Las cosas se burlan:
-“Bien hecho por distraído”.
(Libros no tome la mano
que tiene cerca un racimo).
-Cuando pasaste, muchacha,
yo me adentraba en los místicos.
Un mesón a la vera del camino.
Recias partidas de baraja. El vaso
que ágil muchacha sonriendo colma.
Alegría. Verano.
Buen año hubo; a celebrarlo llega,
el rudo mocerío del contorno
– ojo vivaz, mano que aprieta al darse
busto de toro-
Vino que es prez de la región circula;
hirviente vino de aspereza grata,
sangre de dioses que al mortal ofreces,
tierra araucana.
Tiene la vivandera unos mohines
pícaros; luce un traje nuevo y blanco;
son de admirar sus insurgentes pechos;
tienta su garbo.
Burlas estallan. Luego, las guitarras
ensimisman de amor. Viene del prado
racha de aromas, de vigor, de fuerza.
Nervios en los cantos.
Aparte de los corros, un extraño.
Un ser que ambula sin destino cierta
la libertad llevando por esposa,
se está en silencio.
Se está en silencio y soledad. Observa
desde un rincón; más tarde a los labriegos
acércase cordial; algo les dice
y únese a ellos.
¡Gracia perfecta que te identifica
oh errante, con el sabio y el palurdo,
y te permite renovar alientos
junto al fértil arcano de los surcos.
Bebes a gusto con los labradores,
En alto el vino, el corazón en fiesta,
brindas al par que por sus fuertes vidas
por sus cosechas.
Un mesón a la vera del camino.
Recias partidas de baraja. El vaso
que ágil muchacha sonriendo colma.
Y la dicha al alcance de la mano.
En el tren en que viajo, sola, va una mujer.
Mira el campo desnudo. No es posible leer
en sus ojos (¿vivaces? ¿sin fulgor?); no los quita
de los llanos envueltos en tristeza infinita.
Como gran flor destacada la viajera. Es airosa
el vestido liviano le dibuja, graciosa,
la turgencia del seno. Mira el campo y levanta
con sensual movimiento la perfecta garganta.
Nadie existe a su lado – gentes, prisas ni ruidos-,
¿Es que están como en éxtasis de ilusión sus sentidos
por la magia de amores que la absorben?
¿Verdores imagina en el yermo, trastornada de amores?
¿A merced de sonámbulo fantasear sigue el vuelo
de aves que tienen cuna y horizonte en el anhelo?
Una que otra vivienda sola, aislada, perdida.
Luego en grupo aparecen, a otro ritmo de vida.
Cesa el férreo tumulto. La viajera ha llegado,
se incorpora y desciende. Miró atenta a su lado,
enredó unos instantes su mirar con el mío
agitándome entero como en un calosfrío.
Ay, no en vano buscaste la congoja de fuera;
en lo gris te encontrabas a ti misma, viajera.
Vi en tus ojos de mármol inmutables de ciego,
el dolor del boscaje que fue pasto del fuego.